viernes, 23 de julio de 2010

El ave Fenix

El sol daba de lleno en mi cara. Me puse los cascos y eché a andar absorta en mis pensamientos.
Desde hacía dos días no eran los mismos. Algo en mí cambió, sin avisar. Ya no me dolía.
Aunque mi corazón seguía lleno de tiritas, ya no sangraba. No me merecía la pena seguir sufriendo para nada,
ni seguir pensando en lo que podría ser y no será. Al ver que mi cuerpo lo había superado, una sonrisa dibujo mi cara.

Una figura a lo lejos me miraba. Venía hacia mi, o yo hacia el. Andábamos en sentidos contrarios. Me levanté las gafas
para poder verlo mejor. Me sonaba su cara. Si. Caí en la cuenta de que era el mismo chico que se sentaba junto a
nuestras toallas desde hacía 3 días. No había reparado en él, pero esa vez si lo hize. Moreno de piel, alto, delgado,
con unas gafas de sol decorando su rostro y el pelo alborotado por el aire.
Al ver que me levantaba las gafas, el hizo lo mismo. Y Zás! cruce de miradas. Fueron apenas tres segundos, pero el
tiempo pareció pararse en mi. Ojos negros. Intensos. Labios carnosos y rosados. Apetecibles.
Nos miramos fijamente, tanto, que creí derretirme.

Seguimos nuestros caminos. Me quedé paralizada unos instantes, y volví la vista hacia atrás. Zás! de nuevo esos ojos.
Él también se había vuelto. De un respingo, me bajé las gafas y continué mi marcha hacia ningún lugar.
Me había quedado paralizada.

Volví. Mis primos jugaban con alguien a la pelota. Me tumbé en la toalla, y al volver la vista hacia atras... zás!
de nuevo el.
Las miradas eran frecuentes. Los gestos inevitables. Las sonrisas cómplices. Maldita sea...
El niño con el que jugaban mis primos, resultó ser su hermano pequeño. Guillermo. Iba y venía de nuestra sombrilla a
la suya con frecuencia hablando portugues. Nos dijo que en la escuela, todos tenían como lengua el español. Ví el cielo
abierto.


Mis primos quedaron con el por la noche. A las 11:00 hora portuguesa en la plaza. Y allí estaba yo. Allí estaba mi chico
de ojos negros, Diego, con el hermano pequeño, y con un balón. Bajamos a la playa.
La luna me miraba impetuosa y soberana, y proyectaba su luz contra las olas. Las estrellas junto con el viento,
cantaban una melodía angelical.

La verguenza se apoderaba de mi cada vez que lo miraba de cerca. Las conversaciones se hicieron fluidas en la arena.
Tenía 6 años de español, así que la comunicación fue fácl.
Los niños pronto se olvidaron de nosotros. 21 años me dijo. Uau... el futbol, los estudios, los hermanos, las vacaciones,
eran los temas de conversación que tratamos hasta que alguien nos interrumpió. Su hermano tenía frio, y quería ir a casa
a cojer la sudadera. Crucé un par de miradas con mi prima, que me entendió a la primera y se ofreció a ir con el. A ellos,
se les unió mi otro primo.

Solos, pensé. Seguimos charlando. Supo sacarme un par de carcajadas. Cada vez nuestras miradas eran más intensas, aunque
yo seguía sin poderle mirar a la cara mucho tiempo.

Sentía el frio en mi piel. Me pasó su mano sobre los hombros y no pude evitar mirarle. Tenía su sudadera puesta.
Ahora si estaba del todo agusto. Cinco segundos. Bajé la mirada. Volví a mirarlo cuando me dí cuenta de que no bajó el
brazo. Jugaba con mi pelo. Esta vez no podía apartarle la mirada. Puso su mano en mi nuca y me empujó levemente contra
el. Me opuse cuando nuestras narices se juntaron. Pero no me lo pensé. Me besó. Un beso corto, rápido. Buscaba mi
aprobación. Ahora se apoderaban de mi los impulsos. Le devolví el beso. Lento, saboreándole.
Mi mano se fue hacia el borde de su camiseta y lo empujé contra mi. Obedeció. La mano que le quedaba libre fue a parar
a mi mejilla.

Estubimos en la misma postura un tiempo.
Mi temperatura aumentaba tan facilmente como de costumbre. Parece ser que la
suya también. Millones de cosas pasaban por mi cabeza. Las bloqueé todas. Quería más de sus labios. No me importaban
las consecuencias. Volvió a besarme, esta vez con más ganas. Puso su mano en mi espalda y me invitó a sentame encima
suya. No me lo pensé. Todo fluía con normalidad. El sabor de esos labios borraron todas las cenizas de los anteriores.

Caí en la cuenta de que los pequeños estaban a punto de llegar e intenté normalizar la situación. En apenas 5 minutos
habían vuelto. Siguieron a lo suyo, jugando al balón.
Lo que más me sorprendió fue que no le importaba que su hermano estubiese allí. Seguía besándome de forma continuada.
Me encantó.

Miré la hora. Teníamos que volver. Insistió en acompañarnos a casa, y lo hicimos de la mano, besándonos cada vez que
se nos antojaba. Me despidió con un cálido beso a solas y un: " mañana nos vemos bonita".

Creía flotar cuando me acosté, después de una larga charla con mi madre.
El primer paso es la esencia del cambio, me dijo, y la amplitud de ese paso, depende de la naturaleza de cada uno.

Mañana será un nuevo día... =)

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