miércoles, 18 de mayo de 2011

Ansiedad

Aquel día me sentía apática desde el comienzo. Sentía que el tiempo corría más deprisa de lo normal. No me daba tiempo a hacer todo lo que tenía en mente: hacer las camas, recoger la cocina, estudiar... Los nervios empezaban a apoderarse de mi poco a poco y se me acumulaban en el pecho. Llegó la hora. Un mal resultado en el trabajo que con tanto ahinco me había preparado. La presión en el pecho aumentaba, y no sabía controlarla, no sabía de donde venía ni que hacer con ella. Las últimas horas de clase fueron lo peor. No quería estar en ningún sitio, no quería irme, pero tampoco quedarme. Me agobiaba el simple murmullo de la gente, no podía estar sentada, pero tampoco de pie... El sueño que tuve aquella noche no paraba de rondar por mi cabeza, esa sensación que me dejó al despertar... La presión del pecho aumentaba. Sentía que iba a rebosar en cualquier momento. Una voz desde lo lejos me sacó del murmullo en el que me hallaba. Salí fuera y entonces... caí. No podía respirar, el pecho me presionaba los pulmones. La falta de oxígeno me mareaba. No podía pensar, ni decidir. Sentía el latir del corazón en la garganta, fuerte como si se quisiera salir de donde está, como si me maltratara... El mecanismo reflejo de mi cuerpo fue llorar. Lágrimas de salvación que corrían por mis mejillas. Me veía sentada en el suelo, inútil. Sin saber que decir... El tiempo pasaba, y sentía que no lo volvería a contar. Si no hubiera sido por esa mano amiga que estuvo conmigo durante todo el proceso... no sé que habría sido de mi.
Poco a poco, mi respiración volvía a normalizarse... Y de ahí al médico, el cual se limitó a decirme que me tranquilizara... Eso es lo que les enseñan en la carrera... Irónico, ¿verdad?

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