miércoles, 13 de julio de 2011

Pesadilla

Pesadilla extraña. Nos encontrábamos en una casa desconocida para mi. Aparatos por todas partes, sensores de luz y de movimiento. Mucha gente a mi alrededor, tios, tias, primas, padres... Un pequeño televisor en blanco y negro se encontraba en el centro de la habitación. No sabía muy bien que era lo que hacíamos allí. Una mujer de pelo canoso, y de aspecto bastante viejo, no paraba de observarme desde un sofá arrinconado. Tenía un chisme en la mano. No funcionaba, aparentemente. De repente, se fue la luz, y el cacharro se encendió. Tenía una especie de pantalla en el centro, por la que se veía la habitación. Curioso. " Muévete", me dijo la anciana. Anduve por toda la habitación, hasta que lo vi. Mi primo pequeño jugaba en el patio con un cubo y un rastrillo... al lado tenía otro niño. No lo conocía, aunque se parecía a él. Observé la pantalla, intentando descubrir quien era. Las farolas daban una luz tenue. Alcé la mirada, el niño se había ido. No entendía. Volví a mirar la pantalla y mis ojos volvieron a encontrarlo, en la misma posición. Solté un grito ahogado, y me fijé aún más. Aquel pequeño no tenia una composición sólida... era como de humo. Di unos pasos hacia atrás, mirando alternativamente al espacio vacío y al pequeño aparato. Entré en el comedor y vi a mi madre, sentada junto a la anciana charlando. Silencio al entrar. Se levantó y encendió la tele. Yo salía ahora en la pantalla. La mujer mayor me enfocó con el mismo chisme que había tenido en mis manos hacía unos segundos. Y entonces... primero aparecieron dos adolescentes junto a mi. "Ni siquiera los conozco, que locura...", dije. "Míralos bien", respondió mi madre. Era una muchacha alta, castaña, con pelo rizado a media melena. Nariz chata, como la mia, ojos grandes, como los de mi madre, boca... No podía ser... Mi hermana sonrió. "Neiva", dijo. El corazón iba a salirse del pecho. Pero no tenía miedo. Miré a mi izquierda. Chico más alto que yo, de pequeños ojos verdosos, como los mios, nariz un poco más pronunciada, como la de mi padre, cuerpo de atleta... Él también sonrió. "Manuel". Gruesas lágrimas caían por mis mejillas... Sí, eran mis hermanos... Intenté tocarlos, pero se desvanecieron. Ahora, una mujer gordita, bajita, era la que estaba a mi derecha, y un muchacho muy corpulento a mi izquierda. No hicieron falta presentaciones. Mi abuela agarró mi mano, y mi primo puso la suya en mi hombro. No era la única que lloraba en la habitación... Mi madre se secaba la cara. "Aunque te sientas sola, aunque pienses que nadie te cuida, aunque te sientas perdida y cometas errores, cierra los ojos y acuérdate de este momento. No estás sola, nosotros estamos contigo, siempre, aunque tú no lo creas, nunca te dejamos sola, mi pequeña", dijo mi abuela. No tuve tiempo a reaccionar. Se encendieron las luces, se apagaron los monitores y desperté.

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